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Acción del profesor en la
reconversión educativa Es
un hecho que hablar de neutralidad psicológica, no deja de ser un bello deseo,
muchas veces inconsciente, de ocultar hechos y de manifestar el miedo a
inclinarse hacia algún sitio, cuando ello es necesario; pues, hasta el profesor
más auténtico, al implicarse de lleno en la actuación pedagógico-educativa,
en lo que dice, en lo que hace, en lo que exterioriza mediante el estilo o el
proceso de enseñanza que elige, con la mirada que lanza o el gesto que inicia,
logra que su mensaje sea interiorizado de modo diferente y en distinto grado, no
sólo de acuerdo con el desarrollo psicológico e intelectual, sino también según
sean las vivencias emocionales, afectivas y sociales de cada uno de los alumnos. A
pesar de esas limitaciones, propias de la subjetividad humana, constitutivos de
la normalidad humana, es necesario que el profesor se encuentre a sí mismo, con
su identidad humana y profesional en una actitud congruente de aceptación
personal. Por eso para conseguirlo
es necesario se libere de determinados principios que desde siempre lo tienen
alienado y lo obligan a renunciar a una buena parte de su identidad, manteniéndolo
separado de su autenticidad. El
profesor, como la realización personal, deben ser constantes "llegar a
ser". No deben, por tanto,
verse condicionados por estereotipos sociales ni por prejuicios de naturaleza
Normativa o de resistencia al cambio ya que, como hemos visto, tanto el sistema
educativo como las relaciones sociales y humanas no pueden cambiar sin ejercer
algún tipo de cambio en el conjunto de las relaciones entre el profesor y el
alumno. Esta
oposición a los cambios por parte de los docentes, que parecen tanto mayores
cuanto más se sube en la escala jerárquica de la institución escolar o académica,
encuentran la razón de ser en el principio fijado de que el
profesor es el representante de la sociedad. La
interiorización de este principio lleva al profesor a "robotizar" sus
actitudes, a estereotipar sus comportamientos, a encamar ante sus alumnos la
imagen del "hombre perfecto", privado de emociones, insensible, dando
una imagen de hombre deshumanizado y con una conducta totalmente artificial.
Todo, según dicen, en aras de la ética profesional. Por
extraño que parezca, lo menos que puede revelar un análisis de la situación,
es la no aceptación de su persona, la constante utilización de mecanismos de
defensa ante el temor de encontrarse con su propia fragilidad, con su
inseguridad personal y su inestabilidad emocional. Este
proceso lleva al educador a "desidentificarse" consigo mismo y su
imagen, fruto de la presión de esa pseudo-ética profesional, se vuelve una
segunda naturaleza. A partir de aquí,
toda la actividad del profesor queda caracterizada por la ambivalencia, ya que
considera que esa imagen idealizada forma parte integrante de sí mismo y no
como un ideal que deberá ser analizado y adaptado a su propia personalidad
diferenciada. Esta
situación de ambivalencia vivenciada engendra profunda confusión en el
universo del profesor: deja de saber quién es y lo que es. Solamente sabe lo que debe representar y, quizá, a quién
debe imitar. De ahí nace la razón
de tantos conflictos intrapsíquicos, del enorme desgaste afectivo-emocional y
de tantos agotamientos de la clase docente. Este
comportamiento introduce al profesor en un "círculo vicioso"; lo hace
esclavo de esa imagen ficticia, y lo incapacita para asumir sus propias
emociones personales y sus sentimientos individuales. Y muchas veces, cuanto más intenta encontrar su verdadera
naturaleza, más refuerza la ficticia. Se
hace rígido, se opone a los cambios, huye sistemáticamente de las situaciones
nuevas. El miedo a vivir
experiencias humanas concretas empieza a formar parte de su personalidad. Ante
este diagnóstico resultante de la experiencia en psicología clínica y
educacional, nos vemos tentados a afirmar que el cambio en el sistema educativo
es, si no imposible, muy difícil; ya que el profesor, inmerso en ese cuadro clínico,
vive como un extraño en relación a sí mismo, tiene anulado el espíritu de
iniciativa y destruido su potencial creativo. Vive de estereotipos, miedos y recelos. El
cambio de un sistema educativo estará, por tanto, condicionado al cambio de los
profesores. Para ello es preciso en
primer lugar, que éstos acepten su Yo
real y su vivencia personal en una perspectiva de constante reedificación y
permanente devenir; reconociendo su Yo ideal como una entidad aparte, leitmotiv
de su Yo real. Al
ser la autenticidad la necesidad más profunda de todo equilibrio psíquico, ésta
deberá ser también la característica dominante de la personalidad de todo
profesor. Sólo ella llevará al
educador a la aceptación de sí mismo y de los demás y se convertirá en el
fundamento de todo acto relacionar o comunicativo. Un
profesor así:
-
no se verá precisado a desviarse de sus
propios sentimientos; -
se presentará tal cual es; -
será receptivo; -
no impondrá a los demás sus sentimientos; -
no mostrará actitudes defensivas ni
prejuicios en relación con nadie; -
ya no tendrá que hacer esfuerzos para parecer
diferente de lo que es, sino sólo para cambiar y llegar a ser ante todo aquello
que puede ser. Esta
disponibilidad psicológica y afectiva de apertura, sensibilidad y de cambio,
conduce al profesor a comprometerse completamente en la situación pedagógica,
a entregar su totalidad a aquello que cree, dice, hace y es.
Su pedagogía pasa entonces a convertirse en una experiencia vivida, en
una "aventura interior", ya que ésta se va a presentar como un
proceso de transformación, cambio y evolución de otro que actúa, reflexiona,
asocia y crea. La
funcionalidad congruente del profesor lo llevará a manifestar siempre una
propensión a establecer relaciones auténticas y dinámicas.
Sus expectativas sobre los alumnos, las actitudes y el comportamiento de
éstos, al mismo tiempo que la percepción que en cada momento posee de la
situación, le dictarán el tipo de relación más conveniente. Esta
relación para ser auténtica deberá: 1.
Tener como base la estima por el otro.
Estar dispuesto a aceptarlo y a respetarlo con su personalidad, aptitudes
y centros de interés. 2.
Comportarse con los demás como quisiera que
se comportaran con él. 3.
Sentir el mundo del otro como si fuera el
propio (comprensión empática) sin nunca olvidar el atribuírsela (como si...
porque no es mío). 4.
Situar a los alumnos frente a problemas que
tengan significado serio para ellos, sobre todo los provenientes de dificultades
experimentadas en el enfrentamiento con la vida. 5.
Proporcionar a los alumnos todos los recursos
disponibles, incluida la propia persona. 6.
Salir del aula siempre que sea posible para
crear ocasiones de conversación y de discusión que interesen a la formación
de los educandos. Y
además:
La relación del profesor con los alumnos debe ser un proceso de
interacción recíproca. Debe
ponerse en actitud de aprender con ellos. Pongamos el ejemplo del alumno que molesta en el aula.
Puede suceder que esté intentando decirle al profesor que siente
necesidad de captar su atención; o el caso del que muestra poco interés por el
trabajo, que puede indicar un defecto en el programa o un fallo en el proceso
enseñanza-aprendizaje. Una situación
muy frecuente es la del alumno con un rendimiento escolar insuficiente.
Podrá ser síntoma de una situación familiar anormal, de una estructura
personal con marcadas carencias efectivas, o de una programación mal adaptada o
de algún defecto en la estructura misma de la escuela.
En el proceso enseñanza-aprendizaje, el profesor no debe olvidar que se
trata de una personalidad que se pone en relación con otras personalidades -los
alumnos- y que mediante su personalidad ejerce sobre ellos una gran influencia.
El profesor debe presentarse en el aula como motivador y un ocasionador
del aprendizaje y de los centros de interés del educando.
Debe situarse al nivel medio de la clase, pues, si la comunicación es
demasiado difícil, provocará la desorientación del alumno al sobrepasar las
posibilidades de comprensión; pero si es demasiado sencilla, crea frustración
en él, pues considera inútiles sus esfuerzos y se ve en la imposibilidad de
demostrar lo que es capaz de hacer.
Afirmar que la presencia de estas dotes interiorizadas en la conducta del
profesor, constituye, a nivel social, el profesor ideal, no pasa de ser una
afirmación muy subjetiva. Ello es
debido a que, tanto los profesores como los alumnos o los padres y la misma
sociedad, se forman una imagen del buen profesor a partir de unos moldes
conscientes y de otras estructuras inconscientes, viéndose ese perfil sujeto a
muy diversas oscilaciones. Entre
tanto, una cosa es segura: el profesor que actúa con autenticidad, responde con
flexibilidad a las situaciones educativas, utiliza soluciones apropiadas y
manifiesta una conducta maleable, nunca contribuirá a formar personalidades
neuróticas ni con inclinaciones psicóticas, caracteres que abundan en nuestros
sistemas educativos. Cualidades
de un buen profesor (Dr. Fontana):
Aunque
ya lo hemos dicho, el cambio en la humanización de la enseñanza y de la
hominización de la personalidad de] educando, debe efectuarse a través de una
actuación pedagógica lo menos directiva que sea posible, y sólo hasta que el
alumno pueda prescindir de ella. Para
ello el profesor debe proporcionar al alumno un clima abierto y receptivo,
teniendo en cuenta no sólo sus necesidades y valorando sus potencialidades,
sino aplicando nuevos métodos y procesos didácticos que van apareciendo, de
modo que debe aspirar a formar de cada alumno un ser pensante, libre, activo y
creador. Este
objetivo educacional está íntimamente ligado a una de las finalidades de
cualquier función o tarea que se desarrolle en el aula: "enseñar a
aprender y no sólo transmitir conocimientos"; no desarrollar en el
educando un determinado número de aptitudes, sino efectuar un trabajo de
formación de la personalidad, de preparación de la inteligencia, de desarrollo
de la sensibilidad y de inserción social y profesional, con el fin de despertar
la creatividad, disciplinar el ejercicio de las propias aptitudes y valorizar
las cualidades con el objetivo final de llegar a la máxima rentabilidad. Para
ello es necesario que el profesor muestre interés permanente por su desarrollo
propio, por su actualización y capacitación, lo que supone la existencia de
unas actitudes de dinamismo y actividad. Este dinamismo exige una tendencia constante a crear las
circunstancias psicológicas y materiales favorables al desarrollo de sus
cualidades, apertura a experiencias ricas y variadas, interpretación sistemática
de los acontecimientos, tomando en consideración todas las interpretaciones
posibles y orientando las suyas a su perfeccionamiento profesional y hacia la
adquisición de nuevas informaciones en un clima de aceptación de los cambios. |
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