F-040 El estado de la cuestión (S. Guerra.)

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El estado de la cuestión

En 1931 es cuando, en España, por decreto de 8 de enero, se reconoce a los padres el derecho a intervenir en la escuela a través de los llamados Consejos de Protección Escolar. No es, pues, un largo camino el que se ha recorrido hasta llegar a la actual LOGSE, que pone en funcionamiento los actuales consejos escolares. Hay que valorar la experiencia que ya se ha acumulado en nuestro país, desde que en 1985 los padres entraron a formar parte de los órganos de gestión de los centros.

 

PROS Y CONTRAS DE LA PARTICIPACIÓN

Detractores y defensores de la participación de los padres en las escuelas tienen primero que determinar a qué se están refiriendo cuando toman postura sobre el tema. Cuando los hijos son pequeños, los padres eligen el centro al que aquéllos deben acudir. El más cercano, el más afín con sus ideas, el que mejores resultados garantiza, el que tiene alumnos de la misma clase social, el que más orden manifiesta, al que han acudido generaciones familiares precedentes, el que tiene más prestigio, al que consigue éxitos más precoces, el que cobra más caro si es privado, etc. ¿Qué capacidad de decisión tienen los hijos en este tipo de cuestiones una vez que van creciendo y pueden expresar razonadamente sus preferencias? Cuando las opiniones de padres e hijos coinciden, no existe problema. Cuando son discrepantes, se suele imponer la opinión de los padres. ¿Por qué? Ésta es una cuestión insuficientemente estudiada, pero que encierra un gran interés, por cuanto revela los criterios de los padres respecto a la calidad de la enseñanza. ¿Qué significa, desde el punto de vista educativo, poner trabas a la presencia de niños gitanos o de niños con sida o de alumnos de clases más bajas en el centro al que acuden los propios hijos? ¿Qué es lo que revela que el principal criterio de elección sea el orden estricto que mantienen los profesores en las aulas o la disciplina que impone la dirección en el centro? ¿Qué se puede decir de quienes toman como referencia definitiva el porcentaje de aprobados de los alumnos en las pruebas homologadas? ¿Son ésos los principales valores educativos? Cuando los hijos desean imponer sus preferencias, sea porque sus amigos acuden a otro centro, sea porque han tenido malas experiencias, sea porque existe un ideario religioso o un régimen disciplinario que rechazan, ¿qué argumentos esgrimen los padres para convencerles de la bondad de su opción? Pero, supongamos que ya están los hijos en el centro escolar elegido. ¿Qué hacen los padres en él? Hay niveles de colaboración que difícilmente se pueden cuestionar. Estar al tanto de la marcha del hijo, conocer sus dificultades y problemas, ayudarle en la formación, etc. Ahora bien, ¿porqué han de participar los padres en la gestión del centro?, ¿por qué han de opinar y decidir sobre la definición del currículum? ¿Quiénes son para controlar la actividad profesional de los docentes? ¿Por qué no sucede algo similar en los Centros de Salud, en las asociaciones culturales o deportivas que manejan fondos públicos?

 

Los detractores de la presencia y la participación de los padres en el funcionamiento de los centros han visto con recelo el poder que han adquirido éstos, y han considerado a los padres intrusos, suplantadores de los hijos, aliados con los adultos opresores, entrometidos en cuestiones de las que nada entienden, etc. Sus razones son las siguientes: — Los padres no poseen (o no tienen por qué poseer) los conocimientos profesionales, las destrezas técnicas que deben dominar profesionalmente los profesores, y que han tenido que adquirir en su etapa de formación y que demostrar en las oposiciones correspondientes. ¿Cómo intervenir en algo que se desconoce? En el caso de que los padres de los alumnos (en el mismo centro o en otro) sean profesores, no tendrían por ello un especial derecho, como no lo tiene el padre de un niño paciente que sea médico a gestionar el hospital donde se le opera. — No sucede lo mismo en otros ámbitos sociales. ¿Podría un padre tener voto respecto a la operación que debe realizar el cirujano a su hijo por el sencillo hecho de ser el progenitor del paciente? ¿No es un elemento de confusión pensar que todos tienen algo que decir sobre la educación? Una cosa es informar y conocer, y otra decidir. — Los padres suplantan a los hijos en las decisiones o se alían con los profesores contra su interés, restándoles protagonismo y autonomía. — Algunos hijos no desean que acudan sus padres al centro, ocultan la información, no quieren que sus compañeros sepan que van a visitar al tutor, no desean que formen parte del consejo escolar, etc. — Es fácil asumir posturas negativas respecto a la actuación de los profesores: les estorban en su trabajo, les culpan del fracaso de sus hijos, les exigen más esfuerzos, les desautorizan, les inhiben y atemorizan, les critican y ridiculizan... — La escuela no es una institución encargada de realizar la formación de los padres de sus alumnos. No basta utilizar como argumento que la Constitución y otras leyes han prescrito la participación de los padres en la gestión. Es preciso someter a discusión los argumentos que justifican la actual legislación. Es fácil que la guerra estamental estalle. Es probable que las acusaciones mutuas se multipliquen. He coordinado muchas sesiones de trabajo con padres y profesores, en las que he insistido en la necesidad de colaboración, de mutua ayuda y exigencia. Aunque he pedido que, al menos inicialmente, no se centrasen en la acusación de los posibles y probables errores, la hora del debate comenzaba inexorablemente con intervenciones de este tipo: «Yo creo que los profesores deberían...»; «Lo que tendrían que hacer los padres...». La participación de los padres se ha defendido desde la legalidad y la racionalidad: — Los padres son los responsables últimos de la educación de los hijos. La escuela actúa, según esta postura, como subsidiaria de la acción educativa de la familia. Es el centro el que colabora y ayuda a los padres en su esencial obligación educativa. — La legislación concede a los padres el derecho a participar en la gestión y control de los centros sosteni-dos por la Administración (artículo 27). — La acción cooperativa y coordinada de escuela y familia hace que la acción resulte más eficaz. Si existe coordinación de perspectivas y comunidad de intereses, será más fácil alcanzar las metas propuestas. — Es necesaria la mutua información: de la escuela para conocer Cómo es el niño; y de la familia, para saber cómo ayudarle en la escuela. — Muchas tareas de formación se consolidan, se intensifican y se desarrollan en la familia. — La acción democrática exige participación y control sobre los servicios públicos. La participación no es solamente la intervención en las votaciones para elegir representantes. — La colaboración externa propicia la apertura del centro a la sociedad. Las perspectivas de análisis, las iniciativas de otras personas, las experiencias que se pueden organizar, enriquecerán la actividad del centro. — La participación de los padres constituye un ejemplo de actuación para los escolares, ya que supone actitudes de respeto mutuo, responsabilidad, colaboración... La escasa presencia de los padres en las votaciones de candidatos al consejo (falta de tiempo, simultaneidad con el trabajo, distancia, mala información...); la dificultad de mantener un auténtico compromiso de participación; la necesidad de intervenir en el período entre sesiones y no solamente en las reuniones del consejo; la manipulación que algunas personas (profesores y padres) ejercen en el proceso de elecciones; la actitud recelosa de parte del profesorado, etc., dificultan la verdadera participación y hacen difícil el compromiso.

 

HACIA UNA POSTURA INTEGRADORA

La legalidad no lleva aparejada la transformación de la realidad. Introducir en el sistema, mediante disposiciones legales, cambios en la estructura no lleva consigo un cambio en la mentalidad, en las actitudes, ni en las prácticas de los padres. Poner en funcionamiento un consejo escolar no significa que haya aumentado la participación democrática. Si solamente se utiliza como un cauce de formalizaciones, no se habrá conseguido avivar la discusión, aumentar la participación y conseguir el control democrático. Bajo la apariencia de la participación democrática, pueden esconderse actitudes autoritarias que se denuncian con menor claridad y decisión. O bien posturas formalistas que no conducen a la auténtica participación. El servilismo a la autoridad del director, el compadreo de algunos consejos a los que solamente han acudido padres elegidos por razón de su proximidad o afinidad al equipo directivo; el abandono a la responsabilidad de los profesionales; el temor de que los hijos sean señalados con el dedo por las intervenciones discrepantes o polémicas de sus padres en el consejo, hacen que no exista un verdadero debate o un auténtico control. Es preciso que se produzca el deshielo de la política de bloques que funciona en las escuelas y en su órgano máximo de gobierno. Evitar los recelos, superar los fracasos, es imprescindible para que exista una colaboración más sincera y eficaz. La participación exige un tributo de tiempo que no siempre se está en disposición de aceptar. No sólo porque en la discusión de las decisiones tengan que intervenir más personas, sino porque la representación obliga a recorrer un largo camino de ida y vuelta. En la ida, hay que recoger opiniones de todos los representados. En la vuelta, hay que llevarles la información sobre el proceso y los resultados de las discusiones. Hay que delimitar claramente las funciones de los órganos colegiados y eliminar las ambigüedades y confusiones a las que hoy están abocados los órganos colegiados. Por ejemplo, confeccionar el proyecto curricular (competencia profesional) es atribución del claustro, pero debe ser aprobado por el consejo escolar que, supuesta-mente, debe emitir un dictamen sobre el mismo (a pesar de estar compuesto por personas que no son profesionales).

La cultura de la participación no se improvisa. Hace falta un tiempo para que se puedan arraigar actitudes de respeto, tolerancia, colaboración. Cuando la impaciencia se antepone al razonamiento, se corre el riesgo de suprimir experiencias que en sí eran buenas, pero que no tuvieron tiempo de cuajar porque se les exigían unos resultados que no podían todavía dar. Conocer lo que sucede con la participación de los padres exige analizar con rigor los fenómenos que tienen lugar en los centros, las estructuras en las que se articulan y, sobre todo, los valores que los inspiran. Las intuiciones, las suposiciones, las generalizaciones..., sólo producen confusión o, algo peor, potencian los intereses particulares.

Para tomar decisiones racionales y justas sobre la participación de los padres en las escuelas es preciso indagar de forma sistemática y rigurosa en la realidad viva de la escuela, en su micropolítica, en su evolución y dinamismo.

Autores Varios (1993): «Monográfico sobre participación», Revista de Educación, 300.

Contiene interesantes trabajos sobre la participación de los padres en las escuelas a través de los consejos escolares. Tiene interés la perspectiva de otros países, que se presenta en algunos artículos.

Fowler, W.S. (1989): Teachers, Parents and Governors. Their Duties and Rights in Schools, Londres: Kogan Page.

Esta sencilla obra dedica fundamentalmente la parte segunda a estudiar las obligaciones y derechos de los padres en el sistema educativo, especialmente en lo que respecta a la elección de centro. Plantea también las principales cuestiones que suelen ser objeto de conflicto y de confusión. La última parte de la obra contiene nueve apéndices con documentos de carácter práctico.

García Checa, P. y otros (1992): Los padres en la comunidad educativa, Madrid: Castalia/MEC.

Libro práctico que presenta la legislación actual española y los cauces de participación de los padres en las escuelas dentro de la misma.

Martín Moreno Cerrillo, Q. (1987): Cuestiones sobre la organización del entorno de aprendizaje, Madrid: UNED.

La tercera parte de esta obra está dedicada a la participación de los padres y de la comunidad. Contiene cinco trabajos de autores nacionales y extranjeros que analizan diversos temas relacionados con la colaboración de los padres en la escuela (cambio pedagógico, deberes en casa, causas de la falta de participación de los padres, etc.).

Tschorne, P. y otros (1992): Padres y madres en la escuela. Una guía para la participación, Barcelona: Paidós, col. Papeles de Pedagogía.

Este trabajo, que es una reedición ampliada y actualizada, es una guía práctica para la participación de los padres en la escuela. Expone con claridad los cauces legales de los consejos escolares y las claves del funcionamiento de las asociaciones de padres. Al final, se presentan abundantes referencias documentales, direcciones de interés, modelos de Estatutos...

(En Cuadernos de pedagogía)

 

 

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