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Cultura familiar y cultura escolar (Revista Cuadernos de Pedagogía) A partir de la familia y los procesos educativos, por un lado, y los datos de una serie de investigaciones desarrolladas en los últimos años, por otro, los autores reflexionan sobre lo que son las culturas familiares, las relaciones entre ideología y conducta, y los nexos entre las culturas familiares y escolares. En este articulo tratan de mostrar que la realidad de las cosas es más dinámica de lo que tienden a sugerirnos las reducciones al uso, así como que hay un amplio espacio abierto a la acción y la interacción educativa, espacio del que se pueden beneficiar sobre todo aquellos niños cuyos entornos de origen ofrezcan menos oportunidades para la promoción de su desarrollo.
Educación infantil, infancia, cultura familiar, cultura escolar Lo que ocurre en el interior de una familia en relación con la educación de los más pequeños es un complejo entramado de ideas, expectativas, afectos, relaciones, interacciones y rutinas. Con mucha frecuencia, los modelos de análisis y estudio de la vida familiar y de la educación infantil han reducido esa complejidad hasta desfigurarla, dibujando un cuadro de las relaciones familiares y sus determinantes que no se corresponde con la realidad y, sobre todo, que no es ajustado de cara a la intervención educativa. De entre las diversas desfiguraciones a que hemos aludido, nos interesa destacar dos para su análisis en este texto. De acuerdo con la primera de ellas, las ideas que los padres tienen sobre los niños y su educación determinan las pautas educativas de los padres, de forma tal que si se quieren cambiar los comportamientos de los padres hay que empezar por modificar sus ideas. De acuerdo con la segunda, la cultura familiar y la cultura escolar son dos realidades estancas que no se influyen entre sí, siendo el interior del niño el único punto en el que ambas culturas se encuentran en interacción.
DIVERSIDAD DE CULTURAS FAMILIARES En los últimos quince años se ha desarrollado una disciplina bautizada con el nombre de Psicología cultural. En su versión más extendida, de cuño norteamericano, quienes hacen psicología cultural comparan los universos de creencias y conductas de personas que pertenecen a mundos culturales muy diferentes unos de otros. Así, por ejemplo, se compara a los sujetos de cultura anglosajona con los neozelandeses, los japoneses o los mayas. Así entendida, la psicología cultural está afectada por el error de considerar que para moverse de una cultura a otra hay que viajar en avión, cuando la realidad es que resulta más que suficiente con llegar al final de la línea del autobús urbano. El viaje no sólo es mucho más barato, sino que resulta además mucho más relevante desde el punto de vista del conocimiento de la realidad inmediata y de la intervención sobre ella. En los últimos años, hemos acumulado una serie de investigaciones que muestran, en efecto, que en el interior de nuestra sociedad, y por lo que se refiere a los temas relacionados con la crianza y la educación infantil, existen culturas familiares muy diferentes unas de otras. Tales culturas vienen definidas por dos elementos funda-mentales: la ideología y las conductas. La ideología incluye, a su vez, elementos diversos, tales como las expectativas (a qué edad se espera que los niños sean capaces de hacer determinados logros, qué capacidades concretas se esperan de un niño, etcétera), las actitudes y los valores (si existen o no ideas diferentes en función del género de los niños, qué importancia se le da a la obediencia, etc.), y las ideas sobre procedimientos y objetivos educativos (cómo se piensa que se puede estimular a un niño o una niña, qué se pretende lograr con esos métodos educativos, etc.). Las conductas tienen también una diversidad de elementos en su interior: las interacciones concretas con el niño o la niña cuando se le alimenta, o cuando se le dan explicaciones, o cuando se le cuenta un cuento o se juega con él, pero también las rutinas habituales de que están hechos los días, los fines de semana, las vacaciones, etc. (si se cuentan cuentos, si se juega, si se sale juntos ...). Cuando hemos explorado estos diversos aspectos a través del estudio de docenas de familias, hemos encontrado tres tipos fundamentales de culturas familiares. A una de ellas la hemos etiquetado como tradicionales para marcar su relación con algunas ideas bien asentadas en nuestra cultura heredada: creencia en que niños y niñas nacen con determinadas características difíciles o imposibles de alterar a través de la educación, valoración elevada de la obediencia y el control, diferenciación de actitudes y valores en función del sexo del niño, etc. Otro grupo de familias ha recibido la calificación de modernas para marcar su relación con una visión contrapuesta, en la que los padres se atribuyen a sí mismos un alto poder para influir sobre el desarrollo de sus hijos, valoran mucho el control no autoritario de la conducta, tratan de fomentar la autonomía mucho más que la dependencia, no marcan rígidas distinciones en función del género, etc. Finalmente, un tercer grupo (el más numeroso en nuestros estudios) ha sido denominado como padres paradójicos, para resaltar que se trata de familias sumidas en un apreciable nivel de confusión en el que coexisten elementos de tradicionalismo y modernidad, dándose frecuentes paradojas entre unas creencias y otras (por ejemplo, estos padres creen que la educación es muy importante, pero no se ven a ellos mismos capaces de influir sobre el niño). Los padres tradicionales suelen tener un nivel educativo y cultural bajo, mientras que los padres paradójicos tienen un nivel bajo o medio, y los padres modernos, un nivel alto. Con estas diversas ideologías se corresponden además ciertos estilos educativos relacionados tanto con la forma de organizar la vida cotidiana de los niños y niñas (variedad de experiencias, riqueza de estímulos y contactos sociales ... ), como con la forma de manejar las interacciones tú a tú a la hora de dar una explicación, contar un cuento o hacer un rompecabezas. Típicamente, los padres de nivel educativo más elevado y de ideología más moderna tienen estilos de relación e interacción más estimulantes desde el punto de vista cognitivo, mientras que los de nivel educativo más bajo e ideología más tradicional tienen estilos menos estimulantes, situándose los padres paradójicos en valores intermedios. Estas relaciones las hemos encontrado tanto cuando los niños tienen 2 años de edad como cuando tienen 7, y parecen una constante en nuestros diversos estudios. Los datos de que disponemos se refieren sobre todo al ámbito cognitivo-lingüístico y no estamos en condiciones de afirmar si se puede o no decir lo mismo respecto al ámbito del desarrollo personal y social.
IDEAS-ACCIÓN, ACCIÓN-IDEAS Sabemos que las ideas que la gente tiene se relacionan en parte con su conducta. Sabemos que los padres que creen que sus hijos pequeños son receptivos al lenguaje que se les dirige tienden a hablarles más, que aquellos que piensan que los bebés no entienden nada y que no tiene especial utilidad dedicar tiempo a interacciones verbales con ellos. Sabemos que los padres que valoran la obediencia tienen una mayor tendencia a hacer uso de técnicas educativas impositivas y restrictivas. Puesto que conocemos esta relación entre lo que se piensa y la forma en que se actúa, tendemos a veces a creer que la única manera de cambiar la conducta de los padres es cambiando antes sus ideas. Sin duda, una de las vías para alentar cambios en la conducta es a través de la modificación de las ideas. Lo que aquí queremos resaltar es que en realidad ése parece ser un camino que transita en las dos direcciones, pues también la introducción de nuevas pautas de conducta, la modificación de determinados hábitos y rutinas o, simplemente, el aportar a los padres recursos que antes no tenían, se convierte en una importante fuente de cambios en la conducta primero y en sus ideas a continuación. A este respecto, consideramos ilustrativo el ejemplo de una intervención desarrollada en Andalucía entre nuestro Departamento en la Universidad y el Servicio Andaluz de Salud de la Junta de Andalucía. Se trata de una actuación destinada a aumentar los recursos informativos de que disponen los padres que se enfrentan a la tarea de criar a un hijo o una hija. Informamos a los nuevos padres, les damos pautas de conducta concretas, tratamos de alentar en ellos el sentimiento de que pueden hacer mucho por sus hijos a través de sus interacciones con ellos, etc. Al evaluar las consecuencias de la mencionada intervención, se hace evidente que aumentan los sentimientos de satisfacción en los padres, aumenta la implicación del varón, mejora en ellos la percepción de estar recibiendo apoyo social en su tarea de ser padres, modifican pautas de conducta concretas, mejoran la percepción que de si mismos tienen como padres. Como consecuencia de la intervención, un buen número de padres cambia sus ideas, pero sobre todo muchos de ellos han cambiado su conducta. A nuestro entender, lo que estos datos muestran es que, cuando se pretende introducir cambios en culturas familiares que pueden resultar poco estimulantes desde el punto de vista cognitivo-lingüístico, existen muchas vías para hacerlo. Una de ellas puede ser tratar de operar cambios en la ideología familiar, pero no se debe olvidar que también es posible intervenir aportando pautas concretas de acción y estrategias de resolución de problemas cotidianos, al tiempo que aumentando los sentimientos de eficacia y competencia personal. Para padres con nivel cultural menos elevado puede resultar a veces difícil encontrar la forma concreta de traducir en su comportamiento principios generales o abstracciones educativas. Sin embargo, entienden bien el lenguaje de la acción, de cómo actuar ante tal o cual situación. Y si se logra cambiar su conducta en el sentido de hacerla más estimulante, se ha logrado el objetivo fundamental, haya o no cambiado su ideología (que, de paso, habrá tenido también algunas modificaciones.
RELACIONES ENTRE CULTURA FAMILIAR Y CULTURA ESCOLAR La creencia en que no se pueden lograr cambios en la conducta mientras no se modifique la mentalidad no es la única idea equivocada que hay en torno a la temática que discutimos. Otra idea, a nuestro entender incorrecta, consiste en plantearse el problema de las relaciones entre la cultura familiar y la cultura escolar sólo desde la reflexión de si ambas culturas son compatibles y coherentes o, por el contrario, heterogéneas entre sí. Al plantearse las cosas de esa manera, se cae en el error de ignorar las posibles contaminaciones entre una cultura y otra como consecuencia del contacto entre ambas. Analicemos nuestro argumento con el apoyo de algunos datos. En un estudio llevado a cabo en España en 1983 por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) con una muestra de 1.573 mujeres españolas con niños menores de 6 años, se preguntó la razón por la cual enviaban a sus niños a centros preescolares. La razón más frecuentemente aludida tenía que ver con la adquisición de destrezas académicas, seguida de cerca por razones referidas a la socialización de los niños. A una considerable distancia se encuentra el resto de las razones. Los datos de que disponemos nos muestran que a finales de la década de los 80 las cosas no habían variado: las madres esperan de la Educación Preescolar que, en primer lugar, prepare a sus hijos en relación con destrezas académicas del tipo lectura y escritura. Sin embargo, en un estudio realizado en 1992 encontramos que los datos habían cambiado: los objetivos relacionados con la socialización de los niños se convierten en el principal argumento de las madres para enviar a sus hijos a centros educativos extrafamiliares. Lo que estos datos muestran, a nuestro entender, es que en la década que va de comienzos de los 80 a comienzos de los 90 se ha producido un cambio en las tendencias de opinión de los padres con respecto a las razones por las que quieren que sus hijos reciban una educación preescolar. Sin duda alguna, este cambio de opinión refleja la influencia de la cultura escolar (profesores, psicólogos y pedagogos, Administraciones educativos). En efecto, desde diferentes ámbitos profesionales y desde el discurso oficial, se ha ido reiterando en los últimos años el mensaje de que la Educación Preescolar no debe tener como objetivos prioritarios los de naturaleza estrictamente académica. El mensaje debe de haber ido calando en los padres, que en su mayoría ya no esperan que los niños lleguen a la Escuela Primaria sabiendo leer, escribir y hacer sencillos cálculos aritméticos. La cultura escolar ha modificado un aspecto importante de la cultura familiar. Ha necesitado para ello constancia, convicción y claridad en el mensaje, pero finalmente lo ha conseguido, mostrando que cultura escolar y cultura familiar no son realidades estancas entre las que sólo quepa la coincidencia o la discrepancia: hay sitio también para la influencia mutua.
LA ACCIÓN DESDE LA ESCUELA Por lo que a la Educación Infantil se refiere, la escuela tiene una capacidad transformadora cuya potencialidad nunca será suficientemente explotada. Esa capacidad no se relaciona sólo con la actuación directa sobre los niños, por muy importante y crucial que esa actuación sea. Se relaciona también con la posibilidad de influir sobre la cultura familiar, influencia que puede realizarse por muy diversas vías: desde las modificaciones en las ideas, creencias, valores y expectativas de los padres en relación con sus hijas e hijos, a los cambios en las pautas de conducta y formas de relación con ellos. Algunos de esos cambios son más lentos (trabajo de años, sin duda, y fruto de un mensaje reiterado, claro y convencido), pero otros son con toda probabilidad más rápidos. La posibilidad de influencia existe, por consiguiente, y es particularmente importante explotarla en el caso de los niños cuyos entornos de origen sean menos estimulantes. Pero esa influencia raras veces se da por azar, como fruto de la mera casualidad o de una actuación aislada y singular. Requiere, por el contrario, reflexión, planificación, tenacidad y convicción. En definitiva, los ingredientes de toda acción educativa que se proponga metas a medio y largo alcance. Una acción educativa cuyos destinatarios fundamentales son, a no dudar, los niños y las niñas que asisten a los centros educativos, pero que más allá de ellos y a través de ellos alcanza también a sus culturas de origen. El camino es también en esto de dos direcciones, y aunque en este breve texto hayamos querido resaltar sobre todo la influencia de la cultura escolar sobre la familiar, no queremos concluir sin mencionar que, por otro lado, debe existir también una apertura de la cultura escolar con respecto a la familiar, que tiene muchos elementos que aportar para influir, moldear y enriquecer el trabajo educativo con los más pequeños.
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